Este verano he aprovechado para hacer limpieza en casa de mis padres, ya que, aunque hace 10 años que no vivo allí, aún guardo muchas cosas (la mayoría, inútiles) en mi habitación. Por supuesto, durante la limpieza, encontré una caja verde de cartón, que en su día fue de una colonia de Hugo Boss, y que después usaba para guardar disquetes de 5¼″ (heredados), y de 3½″. En el año 2000, aunque ya estaban en decadencia, aún se usaban para intercambiar archivos, guardar trabajos del colegio, e incluso para instalar software. Y encontrarme con ellos fue un golpe de nostalgia.
Soy una persona muy metódica, y siempre etiqueto apunto qué hay en cada cosa: lo hago con los discos duros, los pendrives, lo hacía con los CDs y DVDs… y, por supuesto, lo hice, en su día, con los disquetes. Por eso me extrañó encontrarme un disquete de 3.5 pulgadas sin etiqueta. ¿Qué guardé en él aquel día?
La odisea para acceder al disquete
Lo primero que se me vino a la mente fue, ¿aún funcionará? Según estudios de preservación digital y documentación de fabricantes como Imation o 3M, la vida útil de los disquetes magnéticos en condiciones óptimas (18-22°C, 40% de humedad relativa) se estima entre 10 y 20 años. Factores como la exposición a campos magnéticos, la humedad o el calor extremo aceleran drásticamente la degradación de la capa magnética, provocando la corrupción de datos que experimenté.
Es cierto que las condiciones de almacenamiento eran buenas, y no se había usado demasiado, por lo que la unidad debería estar en buen estado. Además, al ser de marca buena (Imation), era probable que aún funcionara.
Sin embargo, además de del paso del tiempo, había muchas otras cosas que podían salir mal. Cualquiera que en su día usara estos dispositivos sabía lo fácil que era que se desmagnetizaran, la tapa metálica se rompiera y no abriese o cerrase bien, e incluso que hubiera errores de lectura causados por una mala copia en su día, o simplemente por el paso del tiempo.
Pero había un problema: ¿dónde meto yo ahora el disquete? Si mi ordenador no tiene ni siquiera lector de CD… Buscando en Amazon encontré una lectora de disquetes con buenas valoraciones que, además, me aseguraban funcionamiento con Windows 11 (o, al menos, con Windows 10). Así que lo compré. Y al día siguiente pude salir de dudas.
(Tú puedes comprar ese mismo, o cualquier otro. Lo que tienes que mirar es que sea compatible con Windows 10 (para funcionar bien en Windows 11 también), y que esté preparado para unidades magnéticas de 720KB y 1.44MB.)
Cuando me llegó, la conecté al ordenador, quien la detectó e instaló automáticamente. Y metí el disquete. ¿Qué pasó después?
Qué había en el disquete
La nostalgia volvió a darme en la cara. Tras unos segundos bastante largos, Windows finalmente leyó la información, y la mostró en el explorador. Estos eran los archivos que había dentro.
Lo primero que encontré es que había dos programas que, en su día, usé mucho. Uno de ellos era el antistres.exe (o como se llamase en realidad), que te permitía romper la pantalla con todo tipo de herramientas, desde un martillo hasta termitas, o un lanzallamas. Curiosamente, aún funciona en Windows 11 ese programa. He intentado buscar el programa en la web del creador, y al bajarla Windows Defender ha avisado de que el archivo ocultaba ransomware (concretamente Ransom:Win32/LockBit), por lo que os recomendamos no bajarla de allí. En cambio, la versión que tienen en MajorGeek es 100% fiable.
También estaba «sheep.exe«, otro pequeño programa que nos ponía una oveja a pastar por el escritorio. Tengo muy buenos recuerdos de ella, pero, por desgracia, este ejecutable en concreto no podía ejecutarse. La razón por la que ‘sheep.exe’ no funciona es de naturaleza arquitectónica. Los sistemas operativos modernos de 64 bits (como Windows 11) eliminaron el subsistema NTVDM (Windows NT Virtual DOS Machine), que era el componente que permitía emular un entorno de 16 bits. Esta decisión se tomó para mejorar la seguridad y la estabilidad del sistema, pero dejó a miles de programas y juegos antiguos, como este, incompatibles de forma nativa. Hay una versión actualizada en GitHub, creada a partir de ingeniería inversa del original, para los que quieran probarla. Y una versión renovada (de 64 bits) en la Microsoft Store.
Luego había otro archivo llamado «hl.exe«. No recuerdo qué sería, pero imagino que una versión del juego Half Life que copié en algún ciber, aunque mi ignorancia en aquel entonces me hizo pensar que, con solo copiar el acceso directo, el juego iba a funcionar. Spoiler: no.
Finalmente, tenemos otros 4 archivos: dos documentos de texto, un wav y una imagen bmp. He intentado abrir los cuatro, y solo me ha dejado abrir la imagen bmp, la cual no voy a compartir, pero se trata de un dibujo que un niño de 10 años llamado Rubén Velasco hizo en Paint, probablemente en un Windows 98. Los archivos llamados «canción» probablemente fueran algo del colegio (que, por cierto, están creados con Office 97), y el noleer.doc es otro documento corrupto del que nadie va a poder conocer jamás su contenido.
Reflexión
Aunque ha sido un viaje en el tiempo, 20 años atrás, en realidad tampoco ha aparecido nada que me cambiara la vida. Seguro que todos guardamos hace 20 años todo tipo de archivos en disquetes, e incluso en CDs, de los que ahora ni nos acordamos. Y es muy posible que, dentro de otros 20 años, todo lo que estamos guardar ahora mismo (más allá de las fotos, que sí tendrán valor), no sirva para nada.
¿Qué guardarías tú, hoy en día, si solo tuvieras 1.44 MB de espacio? Yo lo tengo muy claro…
